jueves, 1 de noviembre de 2012

Cap. 19: Huyendo

No me fue difícil subir a un bus atestado de gente sin comprar billete; engañé al conductor y a un par de personas que me miraron fijamente y me fui a los asientos del fondo, donde extendí un mapa de la zona que había encontrado en un puesto turístico de camino a la parada. Estaba en el sur del país, demasiado al sur para el tiempo que habíamos viajado Liam y yo. No me cabía en la cabeza que hubiéramos podido llegar tan lejos, pero recordé que Liam tenía ayuda sobrenatural y se me ocurrió que quizá habíamos hecho alguna especie de 'recorrido exprés' al estilo monstruoso. Cuando amaneció, se me encogió el estómago al imaginarme a Liam levantarse y ver mi nota en la mesilla. Se sentiría traicionado, claro. ¿Quién podría evitarlo cuando alguien en quien confías huye de ti sin dejar más explicación que una carta excusándose? Seguro que acabaría por odiarme. ¿Y quién se lo reprocharía? Lo mejor sería que ambos nos olvidáramos el uno del otro lo antes posible, para poder volver a retomar nuestras vidas.
Hice un par de transbordos en autocares de largo recorrido, y al final terminé en el noroeste, cerca de la playa. Había recorrido medio país en un solo día, sin dinero y huyendo. No estaba mal para ser mi primera vez.
La razón por la que había escogido aquella ciudad era que probablemente había sido lo más parecido a un hogar que había tenido antes de mi casa en la capital. Cuando era pequeña, mis padres viajaban mucho, por razones de trabajo, y yo no había pasado más de un año en un mismo lugar. Pero todos los veranos, sin excepción, visitábamos la playa, alquilando un piso al lado de la playa durante unas semanas. Eran los días más felices de mi vida; adoraba el mar.
De modo que, al llegar a la tan conocida plaza donde había jugado de pequeña, no pude evitar suspirar de alivio. ¿Había llegado a un lugar seguro? Liam no podía saber lo mucho que significaba aquel lugar para mí... ¿o sí? ¿Lo habría leído en mi mente antes de que la barrera se activase en ella? Pensé que iba a cambiar de hotel cada noche por si acaso.
Pero ahora tenía tiempo libre, demasiado tiempo libre. Ser una fugitiva tenía su gancho cuando ibas acompañada de un chico perfecto que te protegía de los monstruos y te enseñaba a hacer cosas con tus poderes mentales, pero ahora que me había ido, me di cuenta de lo sola que estaba. Recordé el lugar donde solía ir cuando era pequeña y me escapaba de casa por la noche para ir a ver el mar desde otra perpectiva. Ahora que lo pensaba, de pequeña siempre me había gustado la noche; era como mi refugio, a los adultos les era difícil verme y yo podía escurrirme por debajo de ellos y salir corriendo, con la ligereza de una cría, a donde nadie pudiera encontrarme. Mis padres confiaban en mí y no se preocupaban demasiado cada vez que desaparecía; si me escondía era porque necesitaba estar sola, y además siempre volvía un par de horas después para pedir un bocadillo de queso, mi manjar favorito de aquella época.
Así que enfilé hacia la playa. Al llegar a la arena, me quité los zapatos, a pesar del frío que hacía en aquella época del año y del viento lluvioso que amenazaba con tirarnos a todas las personas que nos atrevíamos a pasear por la playa. Metí los pies en el agua y caminé hacia los acantilados, en el extremo derecho, donde la suave arena se convertía en escarpadas rocas. Si mis padres hubieran sabido que siempre iba allí, quizá no hubieran estado tan tranquilos cuando desaparecía. La gente iba disminuyendo según me acercaba a las rocas, hasta desaparecer gradualmente. Me puse los zapatos y empecé a escalar.
La gente no estaba interesada, o tenía miedo, o no lo sabía, pero mi pequeño secreto era la cueva que había a media altura del acantilado. Las olas no llegaban a salpicar, pero tú tenías todo el océano por delante y sentías rugir el mar con toda su fuerza; a veces daba miedo, y te hacía sentirte insignificante frente a aquellas aguas que lo habían visto todo.
Me encaramé a la entrada de la cueva y me senté con los pies colgando por el borde. Hacía frío, claro, pero las vistas compensaban todo lo demás. Recordé cómo me acurrucaba en aquella cueva de pequeña, y la verdadera razón por la que me gustaba ir allí.
No le había hablado a nadie de la cueva, excepto a él. Danny había sido mi amigo desde prácticamente siempre; vivía con su familia en una casucha que desafiaba al mar casi en el borde del precipicio. Solíamos ir juntos a la cueva y pasar horas hablando y riendo; con él no tenía que fingir. Era incluso más real que mi amistad con mis amigos del instituto, a los que veía todos los días. Danny había sido el mejor amigo que necesitaría tener ahora mismo a mi lado, pero que no estaba.
Danny murió cuando yo tenía ocho años. Cruzó la carretera para recoger una pelota que había salido rodando, y un camión le arrolló. Aquella época fue la más confusa de mi vida; vivía entre una bruma. El entierro, las palabras de consuelo de todo el mundo, el rictus doloroso en el rostro de su madre... Yo sólo sentía que Danny no estaba. Perdí el interés por comer, hasta el punto de que mis padres me llevaron al médico y me recetaron unas pastillas que me dejaban atontada unas horas. Me pasaba el día en la cueva, llorando en la soledad, viendo desaparecer los vestigios de la presencia de Danny entre las rocas. Habían pasado seis años desde entonces, y era la primera vez que volvía a aquella ciudad. Mis padres decidieron ir a veranear a otro sitio a partir de entonces, por los malos recuerdos. A mí no me había importado; Danny ya no estaba allí, ¿por qué iba a volver?
Entonces fue cuando me di cuenta. Aquella cueva ya no era lo mismo; estaba segura de que había pasado seis años desierta. Todo recuerdo que pudiese quedar de Danny o de mí... el tiempo lo había borrado. Aquella cueva ya no era la nuestra. Era más pequeña de lo que recordaba, era más fría y estaba más sucia. Y Danny no había estado allí en tanto tiempo... apenas se percibía su presencia entre las piedras donde solía repantigarse y mirar el cielo nocturno a mi lado.
No pude soportar estar más tiempo en aquella cueva desconocida. De algún modo, que hubiera sido tan importante para mí en otro tiempo hacía que ahora fuera insoportable estar allí. Salí del acantilado y caminé sin rumbo, observando el sol bajar por el horizonte hasta teñir el cielo de naranja. Primer día sin Liam. ¿Qué estaría haciendo? ¿Habría entendido mi carta y estaría volviendo a su normalidad? ¿Mentiría al diablo?
Me encontré frente a una tienda de licor y entré a pedir una botella de vodka. El tendero me reconoció de la televisión y tuve que borrarle la memoria, pero no olvidé llevarme el vodka. Esta noche lo necesitaba.
Mis pasos me llevaron hasta el cementerio, que a estas horas (las diez de la noche) estaba cerrado. Di un par de vueltas por la calle hasta que, en un momento en el que estaba vacía, me encaramé a la valla y la salté, internándome en la oscuridad de los muertos.
No tenía luz, pero tampoco se veía tan mal. Avancé por el césped, entre las tumbas, hasta que encontré la de Danny. Sólo había estado allí una vez, y fue hace mucho tiempo; el día que le enterraron. Pero lo recordaba como si fuera ayer. Me habían obligado a vestirme de negro, pero a Danny le gustaban los colores. Le habían hecho un funeral católico, mientras que Danny no creía en Dios. Todas las personas lloraban y se lamentaban, y yo no podía evitar pensar que a Danny le hubiera gustado una despedida alegre, un funeral lleno de buenos recuerdos y promesas de futuro para los que nos quedábamos.
Me arrodillé frente a la tumba y aparté una bola de papel de aluminio del bocadillo de alguien que había acabado sobre su fecha de nacimiento. Había un ramo de flores resecas, que debían de llevar allí semanas. Había plantas trepando por la lápida, pero pensé que a Danny no le molestarían, así que las dejé así.
Suspiré. ¿Qué estaba haciendo? Danny llevaba muerto seis años. Probablemente ni su madre se pasaba por allí más de un par de veces al mes. Sacudí la cabeza mientras destapaba el vodka y bebía un trago. El calor me recorrió la garganta y me hizo sentirme un poco mejor.
-¿Qué hay, Danny? -hacía tanto frío que una nubecilla blanca se escurría entre mis dientes cada vez que espiraba. Bebí otro trago-. Te preguntarás qué hago aquí.
Me apoyé en su tumba, deseando que no fuera tan dura ni tan fría. A lo mejor, si me concentraba, podía imaginar que estaba acurrucada a su lado y no sola en un cementerio.
-Pues... yo tampoco tengo la respuesta. Me gustaría decir que he crecido y me he vuelto más sabia y ahora tengo una vida estable de la que sentirme orgullosa... pero, joder, ahora mismo me siento como la cría que conocías, escapándome de casa como antes. Ni siquiera sé qué estoy haciendo con mi vida, pero eso no importa, porque probablemente el año que viene ya estaré muerta. El diablo me busca, ¿sabes? Sí, existe. Igual resulta que Dios también existe, ¿sabes? Ya sé que tú nunca creíste, pero no me gustaría saber que sólo existe el mal en el mundo.
Guardé silencio un rato.
-Siento lo de tu funeral. Fue una mierda de despedida. Deberíamos haberte hecho algo digno... y ya sé que querías ser incinerado. Pero sólo tenía ocho años, Dan. Nadie debería pasar por éso con ocho años.
Bajé la cabeza.
-¿Sabes qué? Los monstruos existen. He visto un zombie, y un vampiro... un amigo mío vendió su alma al diablo y tiene cien años -bebí más vodka, sintiendo los primeros efectos del alcohol-. Me he escapado de casa. Ahora mismo me están buscando por todo el país. Bueno, en realidad me secuestraron... pero ahora podría volver, y no lo he hecho. No puedo ponerles en peligro, ¿sabes?
El silencio era demasiado audible. Estaba hablando sola, pero el alcohol ayudaba.
-Ojalá estuvieras aquí. Tú sabrías qué decir.
Me quedé un rato pensando en las cosas que solía hacer; cuando solo era una chica normal yendo al instituto y tonteando con chicos. Me reí al pensar en el trabajo sobre Halloween que había tenido que hacer. ¿Era una broma del destino o de mi tutor? No había tenido mucho tiempo para pensar en él, pero sabía que había algo raro en él. Sabía lo de los monstruos, desde luego. ¿Y qué? ¿Me había intentado ayudar o matar? Porque entonces me había parecido que el zombie le obedecía, pero quizá simplemente sabía como ahuyentarlos. No debía olvidar que él me había dado la pista para escabullirme el primer día...
Me estremecí al pensar que sólo quedaban tres semanas para Halloween. ¿Serían verdad los mitos? Nunca había visto zombies por la calle el 31 de octubre, pero quién sabe... Estaba aprendiendo que nada es lo que parece.
-Danny... te odio por haberte ido. Me dejaste aquí, plantada, en un mundo que no es el mío. ¿O acaso me ves cenando con mi familia mientras vemos el telediario, como todo el mundo? Antes éramos dos bichos raros, pero ahora lo soy yo sola. Es un peso horrible. ¿Es que no me ves? Aquí estoy, hablando con una piedra que tiene tu nombre tallado en ella. ¿Cómo se supone que voy a sobrevivir a todo esto sin ti, compañero? -apoyé la cabeza en su lápida-. A veces me gustaría que me mataran ya de una vez, ¿sabes? Por fin podría olvidarme de todo. No más luchar, no más preocuparme. Pero entonces el lugar que solía ocupar en el mundo se quedaría vacío, y los que lo sufrirían serían todos los que me querían. Yo sé muy bien lo que es eso, Danny. Es la mejor forma de arruinarle la vida a una cría de ocho años.
Me mordí el labio inferior.
-No te estoy echando la culpa. Ya sé que, si hubieras podido elegir, no habrías cruzado aquella carretera. Pero todo es tan injusto... ¿quién merece morir antes de haber empezado a vivir? Ni siquiera habías cumplido tu sueño de construir un barco. Se quedó a medias, como todo lo demás en tu vida. ¿Cuántos años tenías, once? Lo miraría en tu tumba, pero los números no se quedan quietos. Estoy borracha, Danny. Ahora eso es todo a lo que puedo esperar; beber en solitario mientras me escondo entre las sombras para que ni Liam ni el diablo ni cualquier otro monstruo a sueldo me encuentren. Es deprimente.
No estaba llorando. ¿Por qué? Era lo que vivía todos los días; si no lloraba entonces, no iba a llorar ahora.
-Creo que debería irme ya, amigo. Espero que... bueno, que me hayas oído, ya sabes.
Me levanté y caminé arrastrando los pies hasta la verja, y con dificultad la salté. No tenía nada de ganas de ir a un hotel, así que me quedé vagabundeando por las calles (eran casi las once y mañana era lunes, así que no había casi nadie por allí). Entonces, escuché unos pasos precipitados. Me di la vuelta y vi a una chica corriendo calle arriba; tenía el pelo teñido de rojo y los ojos negros llenos de terror. Algo la seguía de cerca; algo que ladeaba mucho la cabeza y caminaba de una forma andrajosa, como si estuviera herido.
Gruñí. ¿Era posible que me volviera a encontrar un zombie? Eran como una plaga; en cuanto ése zombie me viera, me seguiría hasta matarme o que lo matara yo a él. Pero, ¿qué iba a hacer sin el cuchillo de Liam? La chica me chilló algo, que no oí. Estaba demasiado concentrada mirando mi botella de vodka. El vinagre curaba la infección, ¿y si el vodka también lo hacía? Técnicamente, ambos conservaban, ¿no?
De todas formas, aunque el vodka funcionase no garantizaría que matara al zombie; quizá solo funcionaba sobre heridas.
Pero, ¿qué otra opción tenía? El zombie ya me había visto y se dirigía hacia mí, y correr no me serviría de nada. Me acosaría hasta pillarme desprevenida.
Cuando el zombie estuvo a un metro de mí, le tiré el vodka a la cara. La botella se rompió y el líquido le recorrió el pseudo-rostro. Él (ello) empezó a gruñir, mientras su piel verdosa y desgarrada se consumía lentamente. ¡Funcionaba! La piel de la cara se le quemó y sus brazos se empezaron a descomponer. Al final, a mis pies se encontraba un montoncito de huesos y polvo que me provocó nauseas.
La chica me observaba, dudando entre salir corriendo y dar las gracias.
-Soy Alissa -le dije, tendiéndole la mano.
-Elie -susurró, dándome la mano-. Eres la de la tele, ¿verdad?
Gruñí.
-Supongo. ¿Por qué te perseguía ése zombie?
-Dijo... dijo algo de que iba a hacer algo en el futuro... que no quería que... algo de que el diablo no quería que hiciera algo...
Me tensé.
-¿El diablo? ¿Qué sabes del diablo?
-Bueno, a ti tampoco te ha sorprendido mucho, ¿verdad? Yo soy una bruja, y tú, ¿qué eres?

jueves, 25 de octubre de 2012

Cap. 18: Pasos de gigante

-Hazlo -me retó Liam, apretándome la mano para darme una sensación de seguridad.
-¡Que no!
-Sabes que eres capaz. Sólo necesitas relajarte y actuar con naturalidad, o el cambio será débil y podría recordar con el tiempo.
-Pero... -sin darme más tiempo de pensar, Liam me empujó hacia la puerta de la tienda y las prendas que llevaba en la mano activaron la alarma, atrayendo la atención de uno de los guardias de seguridad.
-Perdonen, no pueden salir sin pagar -dijo con voz grave y dura. Me temblaban las rodillas.
-Verá, lo acabamos de pagar. Aquí está la factura -me concentré en manipular su mente para que viera mi mano alzarse y enseñarle la factura. Pero era tan complicado... tenía que pensar en cada detalle que quería que él viera, y además no podía parar de pensar en que alguien iba a darse cuenta de que estábamos abduciendo al segurata.
-Mm -murmuró él mientras cogía la factura imaginaria y fruncía el ceño al revisarla-. En ése caso, la alarma estará funcionando mal... -se rascó la cabeza, tratando de figurarse el motivo por el que nos había pitado. No lo estaba haciendo bien, él se había dado cuenta de que pasaba algo.
-¿Podemos irnos? -murmuré con impaciencia, deseando salir ya de aquella maldita tienda de ropa. La música alta me distraía, y el de seguridad seguía sosteniendo mi factura imaginaria en la mano. Tenía que concentrarme en que no se disolviera de repente.
-Supongo que sí... -le arrebaté el pedazo de aire de la mano y arrastré a Liam calle abajo, antes de que el tipo pudiera empezar a preguntarse qué había pasado.
Caminamos en silencio unos segundos hasta que Liam rompió a reir.
-¿Qué pasa? ¿Te hace gracia verme sudar? -gruñí, mientras llegábamos al hotel y él empujaba la puerta para entrar.
-No te ha ido tan mal. ¿Te cuento la primera vez que lo hice yo? Bueno... intenté robar un caballo, y no se me ocurrió mejor idea que volver el caballo invisible a los ojos del dueño de las cuadras, que me vio pasar a su lado solo, cuando en realidad tenía cogido de la brida a uno de sus mejores sementales. El caso es que el caballo se encabritó, y tuve que encargarme de él mientras intentaba volver corriendo hacia su dueño, por lo que el tío debió de verme peleando con la nada, y además el caballo relinchaba y daba coces... acabó tirándome al suelo, pero logré dominarlo -me eché a reír al imaginar a Liam luchando como un poseso contra algo invisible, y la cara que debió de poner el pobre dueño al verle en ese estado-. Tuve que marcharme aquella misma noche por miedo a que me descubrieran. Además, fue tan duro disimular un caballo entero que tuve una jaqueca de tres días.
-Y entonces no existían los Ibuprofenos, supongo -aventuré-. Tienes razón, no me ha ido tan mal para lo que podría haber pasado...
-Ésa es la actitud -se burló Liam de mí. Nos metimos en el ascensor, donde aprovechamos para sumirnos en un beso apasionado que terminó bruscamente cuando entró un señor mayor con cara de perro y se nos quedó mirando hasta que llegamos a nuestro piso. A duras penas logré contener la risa hasta que salimos del ascensor, donde prorrumpimos en carcajadas mientras yo sacaba la llave de la habitación y la metía en la cerradura.
En cuando entramos, me fui directa a la ducha con la ropa nueva que acabábamos de 'comprar'. Al salir, me miré al espejo y respiré hondo. Los últimos tres días habían sido felices, a diferencia de lo que imaginaba que sería mi vida lejos de casa. Había hecho cosas que hace una semana ni sabía que eran posibles; dominaba la lectura de mentes, había hecho avances en los poderes telepáticos y me manejaba bastante bien borrando la memoria. Lo último que había aprendido había sido a implantar recuerdos, visiones, sentimientos... a manipular la mente propiamente dicho.
Aquellos días habían pasado como en una nube y, sin embargo, no había olvidado mi propósito: abandonar a Liam y huir por mi cuenta lejos de las largas garras del diablo. El anuncio que había visto esta mañana por la tele, mientras Liam estaba fuera comprando pastillas para la anemia (aún no me había recuperado del todo del ataque de aquel vampiro), me había devuelto bruscamente a la realidad; mis padres me estaban buscando. Oficialmente estaba desaparecida y se estaba llevando una minuciosa investigación policial para comprender cómo una chica de casi quince años había desaparecido sin dejar rastro en el trayecto desde el instituto hasta su casa. Complicado, ¿verdad?
En el fondo no quería plantar a Liam. Me gustaba mucho, más que cualquier otro chico que se hubiera cruzado en mi vida. ¿Por qué no podía haberle conocido en condiciones normales? Claro que si él fuera normal, quizá no le hubiera echado una segunda mirada. Quizá sólo me iban los raritos que habían vendido su alma al diablo hacía cien años. El caso era que tenía que dejarle, por su bien.
Allí, frente al espejo, tomé una decisión; sería esta noche. Había avanzado mucho más rápido de lo que esperaba en mis 'aprendizajes paranormales' y ya me sentía preparada para dar el salto. A partir de mañana, tendría que andar con mil ojos y no volver a relajarme. Tendría que encontrar a un maestro que me enseñase   a enfrentarme al diablo, y luego llamar a la puerta del infierno y resolver lo que tuviera que resolver con él. Sólo entonces, y si salía victoriosa, podría volver a empezar a plantearme la idea de ver a Liam.
Me vestí con la camiseta del hotel, que había pasado a ser mi pijama, y cené y me fui a la cama normalmente, pues no debía despertar las sospechas de Liam. Me refugié en sus brazos y le di un largo beso de buenas noches, y también de despedida, aunque él no podría saber éso hasta que fuera demasiado tarde. Pronto le oí respirar suavemente y supe que estaba dormido. Esperé un rato más, alargando el momento de marcharme, pero al final me incorporé en silencio y cogí mi mochila, que había dejado hecha sin que él le diera demasiada importancia. Dejé en la mesilla de noche la nota que había escrito esta mañana y me incliné una última vez sobre él para aspirar la menta de su aliento una vez más. Después, tratando de no hacer ruido, me escabullí por la puerta. En el pasillo no había nadie; eran las dos de la mañana y todos estaban dormidos o en el casino del hotel. Me puse los vaqueros rasgados que había comprado y una sudadera verde enorme con 'SK8' escrito en el pecho, y me calcé unas deportivas marrón oscuro muy cómodas. Ya lista para marchar, reprimí el impulso de volver a abrir la puerta para despedirme de nuevo de Liam, y me encaminé hacia el piso de abajo.
Ahora estaba sola.

jueves, 24 de mayo de 2012

Cap. 17: Vida normal

Lentamente abrí los ojos. ¿Era de día? Tenía la sensación de que habían pasado semanas desde que me acosté en aquel hotel. La cama era tan suave y cómoda... me sentía perfectamente a gusto. Así quería imaginarme la muerte; una comodidad absoluta. Ya no hay problemas, ya no tienes que preocuparte por nada. Solo tú y tu descanso. Ojalá.
Pero no; aún estaba viva. Y tenía muchos problemas.
Me levanté de un salto, recordando de golpe todo lo que habíamos pasado Liam y yo el día anterior. Primero, miré el reloj de la pared: eran las cuatro de la tarde del día siguiente. Hoy era jueves.
Hoy hacía una semana que conocía a Liam. Una semana desde que desaparecí de mi vida. Una semana desde que cambió tanto mi percepción del mundo.
Suspiré y me levanté de la cama. Me di la vuelta y vi a Liam, profundamente dormido, en el otro lado de la cama. Sonreí. Cuando me fuera, le iría bien.
Entré en el baño y me miré el cuello. No tenía mala pinta. Me lo lavé un poco más y me recogí el pelo en una coleta alta. Después, registré los cajones hasta que vi un botiquín. me puse una gasa desinfectada por si acaso en la mordedura del vampiro, aunque Liam me había asegurado que no era necesario. Luego, lo guardé todo como estaba y salí del baño. Liam seguía dormido, de modo que salí al balcón y me senté en una hamaca que había. Me gustaría estar allí para siempre. Estaba tan segura a su lado... ojalá pudiera quedarme con Liam toda la vida. Sería genial, pero él tenía que ser feliz. Yo ya estaba marcada de por vida.
Entonces, pensé qué sería de mí. ¿Qué haría cuando me fugara? Tendría que hacerlo muy bien, para que Liam jamás me encontrase. Me dolía en el alma tener que marcharme, no volver a escuchar su voz, a mirarle, a besarle...
Sacudí la cabeza. Tenía que ser. Tampoco es que me fuera a rendir. Jamás.
El diablo se las iba a ver conmigo. ¿Quería encontrarme? Pues bien, le iba a encontrar yo a él primero. Y le mataría. Por haberme destrozado la vida.
Probablemente necesitaría mucho entrenamiento. Primero, le pediría a Liam que me enseñase a manipular la mente. Odiaba admitirlo, pero sin hacer trampas no llegaría a ningún lado. Luego, robaría un coche, me largaría lejos y me alojaría en distintos hoteles cada noche. Aprendería a luchar, tanto psíquica como físicamente. Y, cuando estuviera lista, iría a por el diablo. Lo pagaría caro.
-¿Alissa? -escuché decir a Liam dentro de la habitación.
-En el balcón.
Unos momentos después, un amodorrado Liam se sentó a mi lado en la hamaca. Nos quedamos un rato en silencio, viendo a las personas pasar, ajenas a todos los secretos que se ocultaban tras las sombras. Felices.
-¿No te gustaría ser uno de ellos? -señalé con la cabeza a un grupo de adolescentes más o menos de nuestra edad que paseaban entre risas por la acera de enfrente.
-¿Qué quieres decir? ¿Si me gustaría ser normal? -se lo pensó un rato-. Sí, claro que sí. Pero supongo que si fuera normal querría vivir una aventura.
-Las aventuras están sobrevaloradas. En realidad, te sientes como una mierda -hice una mueca.
-Ya, pero conoces a gente interesante -me miró con intensidad.
Le sonreí.
-Te refieres a los vampiros. Sí, son curiosos. Aunque no estoy segura de querer repetir la experiencia.
Nos reímos, y me acerqué más a él. Nuestras bocas casi se tocaban, y podía sentir su delicioso aliento a menta en mis labios. Al fin, me decidí por los dos y le besé.
-¿Qué va a pasar ahora?
-Nada. Si quieres volver a tu vida normal, eres libre de hacerlo. Yo te protegeré de los monstruos que vengan a por ti.
-Y una mierda. ¿Vas a pasarte la vida vigilándome? Sé un poco más egoísta, ¿vale?
Me apretó contra él. Me encantaba su olor. Sí, decididamente había escogido el champú de menta.
-Bueno, por el momento pensemos en el presente. ¿Quieres desayunar?
-¡Afirmativo! ¿Te sobrará dinero para algo de ropa? No soporto las camisetas chillonas de hotel, ¿sabes?
Volvimos a la habitación y ordenamos un desayuno. Un rato después, nos trajeron unas bandejas llenas de manjares. En cuanto el camarero se fue, observé los platos con indecisión.
-Me hubiera conformado con unos cereales...
-¿En serio? ¿Has probado las tortitas para desayunar? -Liam me pasó unas tortitas dulces rellenas de queso que, decididamente, estaban buenísimas. Me devoré el desayuno y después bajamos a comprar ropa. Él se cogió unos vaqueros negros y una camisa de cuadros marrones, y yo unos vaqueros blancos y una camiseta morada y blanca de rayas. Después, caminando por la ciudad, me atreví a decirle:
-Quiero que me enseñes a manejar mis poderes. En serio, necesito poder defenderme. Ya sabes.
-De acuerdo. ¿Quieres practicar? Ven, sentémonos -escogió un banco de la calle, por el que pasaba muchísima gente. Me puse a su lado.
-¿Qué tengo que hacer?
-Leerle la mente a ése hombre de ahí.
Le observé. Era alto, negro y llevaba una camiseta amarilla horrorosa. Hablaba por teléfono y estaba parado enfrente de una pizzería.
-Vale. Especifica.
-Mira, sólo tienes que mirarle y escuchar. De verdad, viene solo.
Suspiré y centré la vista en él. No oía lo que estaba diciendo por teléfono, y tampoco lo que estaba pensando. Me concentré más. Le clavé la vista en los ojos negros, tan profundamente que pensé que me perdería. Entonces, Liam me cogió de la mano y de pronto oí: ''Llega tarde por segunda vez. ¿Será que no me quiere?''.
Me solté de la mano de Liam rápidamente, y el sonido cesó. Me volví hacia él.
-¿Me has canalizado sus pensamientos?
Se encogió de hombros.
-No tienes que esforzarte tanto. Sólo haz como si él te estuviera hablando de verdad.
Me imaginé que el hombre me estaba diciendo algo, pero que no le oía. Quería entender qué era lo que me estaba diciendo... ''Quizá lo del anillo sea demasiado precipitado. Debería esperar más tiempo...''
-¡Lo he hecho! ¡Liam, lo he conseguido!
Me volví hacia una chica que mascaba chicle apoyada en una farola. ''Ésta tía está pirada. Espera, ¿me está mirando? Dios, me está mirando. Yo me piro''. Entonces se levantó lentamente y se fue en otra dirección. Rompí a reír a carcajadas.
-Joder, creí que éstas cosas eran más difíciles.
-Y lo son. Pero es que tú... tú lo consigues todo de una. Ya te vale, Alissa -me miraba maravillado.
-Bueno, ya basta de entrenar por hoy, ¿no crees? ¿Hacemos algo normal?
-¿Normal... como ésto? -me besó de nuevo, pero ésta vez más intensamente. Le envolví con mis brazos y nos apoyamos en el banco, riéndonos. Por un momento, me sentí como cualquier otra, ilusionada con mi novio. ¿Eso éramos Liam y yo? No por mucho tiempo, entonces.
Paré en seco.
-Espera, Liam. ¿Tú... tú me puedes leer la mente ahora mismo?
-No. Tienes una barrera, Alissa. Sólo puedo si me esfuerzo mucho... Por éso no eres normal.
-¿Y tú tienes la misma barrera?
-Claro. La gente normal no, porque no está prevenida. Pero tu cuerpo la levanta en cuanto lo sabes, como mecanismo de defensa. Es algo involuntario.
-Vaya. Cuántas cosas estoy aprendiendo, y éso que me he saltado toda la semana de instituto.
-¿Te he contado que de pequeño quería ser profesor?
Y así siguió la tarde. Casi éramos normales. Casi.

domingo, 22 de abril de 2012

Cap. 16: Lujos

Liam me acompañó hasta el coche. Estaba harta de que me ayudara en todo, así que me solté de él y caminé los últimos pasos hasta llegar al coche yo sola. La verdad, no fue muy brillante, porque me cansé y me mareé, pero al menos había ayudado un poco a recomponer mi orgullo herido.
-Son las siete y veinte -susurré. Hice cálculos. Había entrado en la fábrica de piscinas sobre las cuatro y media de la madrugada, pero lo que no sabía era si había pasado allí la noche o no. Estaba tan confusa que mi mente no me respondía. Liam me dijo que entró en la fábrica a buscarme hacia las seis, así que tampoco tenía mucha idea del tiempo que habíamos pasado allí dentro. Me contó que, en las guaridas de los vampiros, el tiempo pasa de una forma diferente. A veces más rápido, a veces más lento. Quizá habían pasado sólo catorce horas, quizá treinta y ocho. O puede que más. Tendríamos que mirar un calendario para saberlo con seguridad.
-¿Y ahora qué? -le pregunté a Liam, mientras éste arrancaba y conducía en silencio por la carretera desierta, alejándonos de la fábrica de piscinas.
-Ahora, buscamos una farmacia y comemos algo.
En realidad, me refería a qué íbamos a hacer después de recuperarnos, me dije. Liam había dicho que no me llevaría al infierno. Pero, entonces, ¿qué otra opción quedaba? ¿Volvería a casa, contaría una mentira a mis padres y volvería a vivir mi vida anterior? Me parecía que habían pasado siglos, no unos cuantos días. Mi vida era tan banal... pero ahora era peligrosa.
De todas formas, no me serviría mucho volver a casa. Otros monstruos me seguirían la pista. Nunca estaría a salvo, así que, ¿por qué volver?
Podría huir con Liam. Pero él no sacrificaría toda su vida por mi. Tendría una casa, amigos, aficiones... Pronto, tendría ganas de volver a la normalidad. Pero ahora el diablo estaría enfadado con él, ¿no? Porque había desobedecido sus órdenes al no llevarme ante él.
Entonces, tendría que huir sola. Viviría como una fugitiva, sola, cambiando de ciudad. Sonaba a aventura, pero a mí me apetecía de todo menos eso. ¿Qué pensarían mis padres de todo ésto? ¿Qué estarían haciendo ahora mismo? ¿Pensarían en mí, o Liam les habría borrado la memoria para que no me recordaran?
El temor a que nadie me recordara, ni mis padres, ni Mali, ni Sergio, ni mis profesores, ni siquiera Derek, el acosador del año pasado, me golpeó de pronto. ¿Sería Liam capaz de hacerles olvidar? Le observé, con miedo de preguntar. No quería saber la respuesta. Porque, en realidad, tenía sentido; Liam podría secuestrarme y no tendría problemas con la policía porque me borraría de la faz de la tierra.
Suspiré. De todas formas, no iba a volver, ¿de qué me servía que me recordaran? Sólo causaría dolor a mis conocidos. Mejor que no supieran de mi existencia.
Me di cuenta de que habíamos entrado en una zona industrial; grandes complejos con marcas de coches, electrodomésticos, ropa, seguros de hogares... Aquí tampoco vi a nadie, pero al menos había algunos coches en los aparcamientos, lo que me indicaba que había gente trabajando en las naves industriales.
Liam siguió conduciendo, y pronto entramos en una ciudad. Traté de averiguar dónde estábamos, pero los nombres de las señalizaciones de tráfico no me sonaban de nada. Debíamos de estar en el culo del mundo.
Me fije en la gente. Iban muy veraniegos, pero yo recordaba que estábamos a principios de octubre. ¿Dónde demonios me había llevado Liam? Me contuve para no preguntárselo; tampoco quería saberlo. Sólo quería darme un baño para quitarme los restos de sangre del cuerpo y comer un montón de calorías. Me daba igual todo lo demás.
Por fin, Liam paró enfrente de una farmacia. Se volvió un momento hacia mí y me dijo:
-Alissa, creo que será mejor que entre yo solo. Tienes un aspecto bastante preocupante y prefiero que no se hagan preguntas, ¿vale?
-Pero tu camisa está desgarrada. Pareces salido de una guerra. Tú también despertarás sospechas.
-Les diré que se me rompió con un árbol. No es raro, en ésta zona. Hay arbustos de espinas que suelen estropear ropa a menudo.
Asentí, confiando en él. Total, ¿qué podían hacer los de la farmacia?
Liam me sonrió, y después salió del coche. Me quedé sola, y otra vez pensé en escapar. Esta vez era una estupidez, porque ya no quería huir de Liam; pero, si me iba a sus espaldas, tal vez el diablo no le castigaría. Liam estaría a tiempo de rectificar, y mentiría y diría que yo me escapé de camino al infierno. Quedaría indemne.
Yo, no.
Pero llegados a éste punto, era imposible que yo quedase indemne. Hiciera lo que hiciese.
La idea de ayudar a Liam era demasiado tentadora como para ignorarla. Consideré la posibilidad real de escapar, de librarle del peso de mi captura. Seguiría con su vida. Seguiría siendo libre, se enamoraría de otra chica, mucho más normal que yo, y la invitaría al cine los fines de semana. Al cabo de un año, retomaría su ritmo normal de crecimiento, se haría mayor y tendría hijos. Y, muchos años más tarde, moriría siendo un anciano, muy lejos ya de sus compromisos con el diablo. Sería feliz, algo que yo no podría volver a ser.
De todas formas, no podría correr ni esconderme de Liam en las condiciones en las que me encontraba. Me encontraría al instante, y entonces ya estaría en guardia y no me daría otra oportunidad de huir.
No, tenía que esperar. Pero, en cuanto se presentase la oportunidad... dejaría a Liam tener una vida normal.
En ése momento él salió de la farmacia, y me esforcé por que no viera mis intenciones plasmadas en mis ojos. Esperaba que no se dedicara a hurgar en mi cabeza.
Abrió la puerta y se metió dentro del coche. Llevaba una bolsa con unas pastillas dentro, que dejó en la guantera.
-Son para tomártelas después de comer. Si no, te pueden hacer daño.
-Vale. Tengo hambre.
-¿Te parece si vamos a un hotel y ya encargamos allí la comida?
-Lo que sea -le sonreí. Me hacía gracia imaginarnos a los dos en un hotel, como si fuéramos normales.
Liam arrancó de nuevo y, apenas unos minutos después, aparcó enfrente de un hotel. Parecía demasiado lujoso.
-¿Esto no va a ser demasiado caro, Liam? -dije, dudosa.
-Llevo ahorrando cien años. Puedo permitirme un capricho de vez en cuando -bromeó, aunque a mí me parecía que su coche de última generación ya era capricho suficiente.
Liam me ayudó a salir del coche y después me susurró al oído:
-Ahora, finge ser normal. Si te preguntan, eres mi novia, o mi hermana, o lo que quieras. Venimos del monte, de hacer un picnic, y somos unos turistas encantados.
-Guay -sonreí. Mi tripa rugió, y nos apresuramos a entrar en el hotel. Me esforcé por no cojear ni observar con demasiadas ganas los exhuberantes platos que había en la recepción, como para recibirnos.
Liam se acercó a la recepcionista y dijo:
-Buenos días. Querríamos quedarnos unos días en la ciudad y nos preguntábamos si habría habitaciones libres en éste hotel... -dijo, con una voz muy inocente.
-¿Cuántas habitaciones? -ella sonreía, como todos los recepcionistas de lujo. Ni siquiera nos había mirado las ropas raídas ni las ojeras.
Liam me miró, duduso. Hablé por él:
-Una -no pensaba dejar que gastara más dinero del necesario, me daba igual lo que pensara la recepcionista o el propio Liam-. ¿Cuánto es al día?
-Son 325 €, con el desayuno incluido.
-¿Al día? -exclamé yo, consternada.
-No hay problema -me interrumpió Liam-. ¿Cuál habitación podemos coger?
-Necesitaría ver su DNI primero, si no le importa -la secretaria se había fijado en que éramos demasiado jóvenes para poder permitirnos un hotel así de caro.
-Por supuesto. Aquí tiene -Liam la miró fijamente, sin hacer ningún gesto que indicara que estaba dispuesto a sacar un carné. Mi corazón se puso a palpitar al cien, al darme cuenta de que él estaba manipulando su mente, pero Liam parecía muy tranquilo. Quizá en eso se basaba su riqueza; hacía creer a la gente que ya la había pagado y aquí no ha pasado nada.
-Muy bien. Aquí tienen -la secretaria nos dio una llave. La cogí con rapidez, y Liam me siguió hasta el ascensor. Una vez dentro, miré el número: 34. Miramos el mapa que había en la pared y vimos que estaba en el segundo piso. No tardamos mucho en encontrar la habitación.
Una vez dentro, me lancé hacia el minibar y lo abrí, con urgencia. Dentro había un montón de latas de refrescos y energéticas, barritas y poco más. Agarré las barritas y las puse sobre la cama. Le di una a Liam y me comí otra, con rapidez. Él también tenía mucha hambre, porque los dos nos acabamos todos los comestibles en minutos. Liam pulsó un botón y pidió una comida completa. Dijeron que estarían aquí en cinco minutos.
Suspiré, eufórica. Por fin podía respirar tranquila. Abrí una lata de Coca Cola y me la bebí en pequeños sorbitos, anhelando que llegara la comida. Liam se levantó y miró por la ventana, nervioso.
-¿Qué pasa?
-Nada. Es que... en recepción, había un calendario. ¡Hoy es miércoles, ¿sabes?!
-¿Miércoles? Pero... cuando entramos en la guarida del vampiro, era... sábado. Es imposible que hayamos pasado tanto tiempo ahí dentro.
-Los vampiros también pueden jugar con nuestra mente, Alissa. ¿Acaso recuerdas la primera vez que te mordió?
-No, pero perdí el sentido. La segunda vez, en cambio...
-No le dio tiempo a borrarte la memoria. Oh, dios, cómo no lo sospeché antes. ¡Llevamos cinco días ahí encerrados, haciendo quién sabe qué, bajo sus órdenes! Se habrán cebado en ti.
-¿Y cómo es que estamos vivos?
-Nos habrán dado de comer cualquier cosa, para mantenernos vivos.
Pero otra pregunta me atenazaba.
-Liam, ¿por qué a ti no te han mordido?
Desvió la vista.
-Los humanos que nos unimos a las filas del diablo fuimos protegidos contra el ataque de muchas criaturas, entre ellas los vampiros. Nuestra sangre les resulta nauseabunda.
-Oh. Entonces, ¿por qué te retenían allí conmigo?
Liam no dijo nada. Me acerqué a él, y le puse una mano en el brazo. Se encogió de hombros.
-Los vampiros son unos salidos, Alissa. Y la presencia de ésa vampiresa en la fábrica... bueno, no me tranquiliza mucho. De ti querían sangre y dinero, y de mí, bueno...
Bajé la mirada. Era terrible. Ahora comprendía por qué Liam tenía la camisa destrozada.
-¿Recuerdas algo?
-Nada. Eso es lo peor.
Le di la mano, y él me la acarició distraídamente.
En ése instante, llamaron a la puerta y entró un camarero con un carrito lleno de platos. Nuestros estómagos gruñeron y ambos corrimos hacia la comida. El camarero se despidió con una sonrisa y Liam y yo empezamos a engullirlo todo. Estaba buenísimo. Mi familia nunca había tenido dinero de más, por éso nunca había probado platos de lujo.
Liam parecía saber de mi vegetarianismo, porque no me ofreció carne. En cambio, sí que me dio su ración de espaguetis a la boloñesa, hechos con carne de soja, que eran precisamente mi comida favorita. Casualidades de la vida.
Después de una abundante comida (hasta rebañamos los platos), me tragué mis pastillas y me metí en la ducha. El baño eran inmenso, más grande que mi habitación, allá en casa. Nunca había tenido agua caliente tan rápido; al instante en que cambiaba el grifo, cambiaba la temperatura. Era realmente cómodo. Me lavé a conciencia, intentando eliminar el sufrimiento de mi piel, ya de paso. El champú era suave y olía a fresas. Me pregunté si Liam eligiría ése o el otro, mentolado. Suponía que escogería el de menta, porque no era la primera vez que olía aquella hierba en él.
Después, me quité la venda del cuello y observé que había dejado de sangrar. Liam me había contado que la saliva de los vampiros tenía propiedades curativas, para que los cuellos se cerraran rápido después de morderlos. Me limpié como pude la herida, pero me dolía tanto que al final me rendí.
Al salir, me di cuenta de que no tenía ropa limpia. Me puse un albornoz de seda realmente suave y me peiné con cuidado. Después, recogí mi ropa sucia y ensangrentada y la tiré a la basura.
Cuando salí del baño, se estaba haciendo de noche. Liam me dijo que había una tienda de recuerdos en la planta baja, así que me puse su abrigo de cuero y bajé mientras él se duchaba. Allí encontré camisetas, chándales y más ropa. Compré algo para cada uno, y me subí a la habitación. Liam seguía en la ducha, así que me cambié corriendo para que no saliera y me encontrara desnuda. Después, cansada, me senté en la cama y cerré los ojos un instante...
Y me quedé profundamente dormida.

jueves, 19 de abril de 2012

Cap. 15: Negocios con vampiros

Ya no sabía ni qué día era, por no hablar de la hora. Intuí que llevábamos en aquella habitación polvorienta bastante tiempo, por el rugir de mis tripas y por lo seca que tenía la boca. Liam se había quedado dormido a mi lado, pero yo me moría de sed y necesitaba reponerme del brutal ataque a mis reservas de glóbulos rojos de ayer (o de cuando fuera). Así que me levanté con sigilo, para no despertarlo. Ya en pie, le vi tan indefenso ahí dormido que me quité su chaqueta y se la puse por encima, tapándole lo mejor que pude. Luego, me dirigí hacia la puerta y la intenté abrir. Estaba cerrada, por supuesto.
Di un par de golpes secos, rezando por no despertar a Liam. Me había advertido que era mejor no cabrear a un vampiro, pero, si no llamaba su atención, ¿cómo íbamos a sobrevivir Liam y yo sin comer? Tenía que ser fuerte.
Y la verdad es que estaba cagada de miedo. Una enorme parte de mí ansiaba correr hacia Liam y acurrucarme en sus brazos, y dejar que él hiciera todo el trabajo y que se interpusiera entre mí y el peligro. Pero sabía que era una estupidez, que Liam no era invencible y que no podría soportarlo si le pasara algo. Y por eso sabía que tenía que ser yo la que diera la cara, porque a mí no me podrían matar. Me querían entregar viva al diablo.
Llamé de nuevo.
-Eh, chupasangre. Sé que puedes oírme -murmuré. En realidad, no tenía la más mínima idea de si me podría escuchar o no, pero valía la pena intentarlo-. Si pretendes encerrarnos aquí dentro, al menos tienes que darnos de comer. Somos h-u-m-a-n-o-s, ¿comprendes? No sobreviviremos mucho tiempo sin sustento.
Aguardé unos instantes, y ningún sonido llegó hasta mi. Pero los vampiros eran totalmente sigilosos, ¿qué me decía que ése vampiro no se encontraba allí mismo, a pocos centímetros de mí con sólo una puerta en medio?  Me estremecí al imaginármelo tan cerca. Tan silencioso. Tan acechante.
-Tienes que abrirme. Tengo un trato.
Hubo un momento más de silencio, y entonces, la puerta emitió un chasquido. Lo habría oído mil veces. Era el sonido que hacía una cerradura al cerrarse. O al abrirse.
Giré el pomo con sumo cuidado y la puerta se abrió, en silencio. Fuera, no había nadie. Sólo oscuridad. Respiré hondo, di un paso adelante y la oscuridad me engulló. Cerré la puerta detrás mío y confié en ser capaz de distraer lo suficiente al vampiro como para que no se acordase de cerrarla con llave. Así, al menos Liam podría salir.
Ahora caminaba a oscuras. Me pegué a la pared y tanteé, buscando un interruptor. No encontraba nada. No oía ni un solo ruido, ni siquiera una respiración o un ligero crujido del suelo. Nada.
Pero sabía que no estaba sola.
-¿Hola? -susurré. Estar en la más completa oscuridad, a merced de un vampiro que ya había probado mi sangre y dispuesta a hacer un trato con él que no me beneficiaría para nada no entraba en mi lista de tareas de año nuevo. Pero era lo que había. La vida nunca te da lo que quieres.
De pronto, palpé algo frío y duro cerca de mí. Ahogué un grito al comprobar que era una mano. ¡La mano de un cadáver!
-¿Cuál es el trato? -susurró él. Por un lado, sentí alivio al saber que no era un cadáver muerto, sino uno vivo el que había rozado. Por otro lado, me aterró estar cara a cara con el vampiro.
-Primero, enciende la luz.
De nuevo no le vi moverse, pero la luz se encendió sola. Ya me sentía más segura. Con luz, estaba en mi territorio. Aunque, de todas formas, el vampiro me podía cazar en un microsegundo si intentaba huir.
Pero no pensaba hacerlo.
-Sé lo que quieres de mí. Quieres la recompensa que ofrece el diablo por entregarme viva.
-También ofrece una por entregarte muerta.
Un escalofrío me recorrió la médula.
-Pero te conviene más llevarme viva. Él quiere averiguar cuál es mi potencial, ¿verdad? Quiere investigar. Quiere saber si soy yo la de la profecía o si no merece la pena molestarse. Por éso me prefiere viva. Y pagará mejor.
-No es dinero lo que busco, niña tonta.
-Jamás lo he dicho. Pero quiero hacer un trato contigo.
-Te escucho -clavó sus ojos en mí, con interés, con avidez. Mi instinto me gritó que corriese, pero me obligué a hablar firme.
-Si... si dejas salir a Liam ileso de aquí, si dejas que se vaya, entonces no opondré resistencia a que me lleves ante el diablo. Te diré todo lo que sé, sin ocultarte nada. Pero tengo que ver a Liam marcharse vivo con mis propios ojos.
El vampiro me observó un instante más y rompió en sonoras carcajadas. Eran escalofriantes, porque tenían un timbre tan agudo que sonaban antinaturales.
-¿Y qué te hace creer, humana, que me interesa hacer un trato tan estúpido contigo? No puedes huir de mi. ¿Por qué preocuparme? -continuó riéndose de mí, y temí que el eco despertara a Liam-. No, pequeña. Tengo otros planes para ti y para tu amiguito. Vaya si tengo otros planes. ¡Nerea!
Hubo un silencio, solo roto por las carcajadas del pirado del vampiro. Me abracé a mí misma.
-Jamás te dejaré llevarme ante el diablo. Si dejas libre a Liam, haré lo que tú quieras.
-No estás en condición de negociar, pequeña. ¡Nerea! Tienes un invitado.
-Ya voy, querrido -Nerea tenía acento francés. Me parecía ridículo y a la vez terrorífico. Aquellos dos vampiros estaban idos de la cabeza, lo supe en cuanto los vi. Nerea se acercó, con andares muy finos, y le plantó un beso en la boca al vampiro con el que intentaba hacer tratos. Se siguieron liando un poco más, conmigo incómoda sopesando la idea de coger a Liam y largarme de ahí. Pero debieron de leerme la mente, porque ambos se volvieron hacia mí, con ojos ansiosos.
-Ah, sí, tu amiguito. Dime, ¿cuántos años tienes? -la pelirroja me cogió por la barbilla y me alzó la cabeza, para mirarme mejor. Todo lo hacía con ademanes de estirada. No podía ponerme más de los nervios.
-¿Cuántos años tienes tú? Tienes que darme el número de tu cirujano -le espeté. Me zafé de sus manos, pero ella me cruzó la cara con un bofetón que me lanzó al suelo y se volvió hacia el vampiro-. Iago, toda tuya. Espero que el otro sea más... ya sabes, sabroso.
Acto seguido entró en el almacén donde estaba Liam durmiendo.
-¡No, Liam! ¡Liam! -chillé, mientras Iago me cogía del brazo y tiraba de mí por el pasillo-. ¡Liam, cuidado!
Mis gritos se perdieron en la lejanía. De pronto, estábamos en otro lugar. Seguía siendo la fábrica de piscinas, porque las paredes estaban pintadas del mismo azul agrietado, pero éste lugar tenía un sofá de cuero nuevísimo y unos grandes ventanales cerrados con sendas persianas.
-Estás loco.
Él no dijo nada. Sólo me empujó sobre el sofá y se me tiró encima, buscando mi cuello con sus terribles dientes. Me revolví, pero solo conseguí hacerme más daño. Me mareaba al pensar en el revoltijo de carne que debía de ser mi cuello ahora mismo, pero al parecer al vampiro le gustaba, porque chupaba más y más y yo sentía cómo las fuerzas me abandonaban.
La mente se me iba y notaba cómo me desfallecía. "Otra vez no, por favor". Sabía que, si me desmayaba ahora, cuando despertara estaría muy lejos. Quizá en manos del diablo, quizá Iago aún me tuviera retenida. Pero Liam ya estaría muy lejos.
En un último acto de rebelión, agarré al vampiro del pelo y tiré hacia atrás, pero los brazos me fallaban. Por encima del hombro de Iago, me observé la mano, horrorizada. Estaba pálida y delgada. Nunca me había visto así de demacrada. Me preguntaba cómo estaría mi rostro en aquel momento.
Justo entonces, cuando la oscuridad comenzaba a nublarme la vista de nuevo, alcancé a ver a Liam detrás del vampiro. ¡Liam estaba allí! Él me hizo una señal de silencio y yo traté por todos los medios de que Iago no se diera cuenta. Un segundo después, Liam le clavó su daga en la espalda, justo en el corazón. El vampiro alzó la cabeza, sorprendido, y emitió un gruñido gutural. Después, se desplomó encima de mí.
Liam enseguida me ayudó a quitarme el muerto de encima, nunca mejor dicho. Menos mal, porque yo estaba tan débil que no podría ni haber levantado una mariposa en aquel momento. Cuando me ayudó a levantarme, me di cuenta de que tenía la camisa dorada totalmente manchada de sangre. Reprimí una arcada y me senté en el sofá, preguntándome si el charco rojo a mi lado era mío o del vampiro. Liam desapareció un instante y volvió con una sábana de las que cubrían las cajas. Rasgó un pedazo y me limpió el cuello, y me lo vendó con precisión. Me dolía mucho, pero podía esperar.
-¿Estás mejor? -me dijo, mientras me acariciaba una mejilla.
Asentí débilmente, cerrando los ojos e intentando no pensar en que estaba cubierta de sangre.
-¿Quieres cambiarte? Mi camiseta no sirve de mucho, pero puedo darte la chaqueta -me tendió su chupa de cuero negra. Agradecida, la tomé, me di la vuelta y me quité la camiseta. En otras circunstancias, hubiera llamado a Liam de todo por no irse de la habitación, pero ahora sólo quería que él estuviera a mi lado. Además, ¿qué era verme en sujetador comparado con lo que acababa de pasar? Me puse su chupa y me abroché, y en cuanto lo hube hecho, Liam subió las persianas y la luz del sol a pleno día nos deslumbró a los dos.
-¡Madre mía!
-Pero, ¿cuánto tiempo llevamos aquí dentro? -murmuré, levantándome para mirar por la ventana. Enseguida me mareé y me tuve que sentar.
-Tú quieta ahí. Tenemos que llevarte al hospital. Ahora sólo... déjame encargarme de esconder los muertos.
Odiaba quedarme allí sentada mirando mientras Liam arrastraba el cadáver de Iago hacia las cajas que había apiladas contra la pared. Sacó una, grande y larga, y entonces me di cuenta de que era un ataúd. ¡Un ataúd!
-Liam, ¿cómo...? -dije.
-Duermen aquí. Se ve que esta era su habitación.
-No me refería a éso. ¿Cómo conseguiste escapar de la otra?
Liam abrió el ataúd y metió el cadáver dentro. Después, empujó el féretro contra la pared y lo cubrió con una manta.
Parecía un par de cajas más.
Pobre del que revisara aquello.
-La daga estaba en la chaqueta. Me salvaste la vida.
Me empecé a reír, de lo ridícula que era la situación. Él me había salvado primero, cuando el zombie estuvo a punto de matarme. Después, me había salvado de una infección que me hubiera convertido en zombie. Más tarde, me volvió a salvar de caminar sin rumbo por el desierto con cuatro zombies acechándome. Y ahora, tras matar al vampiro que amenazaba con desangrarme, me dice que le salvé la vida. ¡Y todo lo que hice fue ponerle un abrigo encima!
Se acercó hasta mí, me puso un mechón de pelo detrás de la oreja y se disculpó. Tenía que ir a esconder el otro cadáver.

miércoles, 18 de abril de 2012

Cap. 14: Complicada situación

No fue hasta que me intenté levantar para estirarme cuando me di cuenta de la precaria situación en la que nos encontrábamos Liam y yo. Primero, observé que estábamos en una especie de almacén, rodeados de cajas de madera cubiertas por sábanas polvorientas y estanterías llenas de ficheros. La puerta estaba firmemente cerrada y no parecía que fuera a abrirse en absoluto.
Lo segundo que sentí fue cómo se me nublaban los sentidos, se me oscurecía la vista y me empezaban a pitar los oídos. Perdí el sentido del tiempo, y lo próximo que recuerdo es hallarme en el suelo, a lado de un preocupado Liam.
-¿Qué ha pasado? -tartamudeé, con la boca pastosa.
-Vaya, debí de haber previsto ésto. Lo siento.
-Venga, tú no tienes la culpa. ¿Me acabo de desmayar? -suspiré. Supuse que era por la falta de sangre, que, unida a mi habitual anemia, se convertía en un problema.
Liam se encogió de hombros y me ayudó a sentarme, apoyada contra la pared.
-Estoy cansada -le dije, y era verdad. Seguro que tenía las mejillas tan hundidas que parecía un dementor de Harry Potter.
-Entonces duerme. Te vendrá bien para recuperar glóbulos rojos -Liam me acomodó en su hombro y me abrazó.
Hubo unos minutos de silencio antes de que me decidiera a preguntar:
-Liam. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Qué quiere de nosotros ése vampiro?
-De mí, solo sangre. De ti, espera una buena recompensa. Pero los vampiros son muy enrevesados. Probablemente espere pasar un  buen rato jugando con tus sentimientos, y con los míos. Jugando a acabar con nuestras reservas una y otra vez, a que pensemos que estamos perdidos y que ya no hay salida, a que deseemos morir. Y entonces, dejarnos vivir un día más. Para luego volver a beber.
Me estremecí. La sola idea de imaginar al vampiro hundiendo sus afilados colmillos en mi cuello de nuevo me hacía temblar. ¿A qué se refería Liam con 'jugar con nuestros sentimientos'? Liam notó mi escalofrío y lo malinterpretó:
-No te preocupes. No te pasará nada permanente. Quiere entregarte al diablo, así que te dejará viva.
-¿Y a tí?
Liam guardó silencio.
Me incorporé, horrorizada.
-¡¿Y a ti?! Liam, contigo puede hacer lo que le venga en gana. Incluso matarte si quiere.
-Y lo hará. Si no se lo impedimos.
-No -susurré, volviendo a acurrucarme en su costado. Liam no podía morir. Simplemente, no podía.
Estuvimos más tiempo en silencio, tanto que pensé que quizás él ya se había dormido.
-¿Liam?
-¿Sí?
-Te quiero -le dije, y le di un beso en la mejilla. Él sonrió, gratamente sorprendido, me estrechó en sus brazos. Ya dispuesta a dormir, cerré los ojos, pero mi mente no me daba un descanso. No podía dejar de pensar en lo que sentía por Liam. Había tenido otros novios, pero todos eran líos de poca monta. Ninguno duró más de los dos meses, y éso con suerte. Todos ellos me caían bien, por supuesto; pero lo que tuvimos no fue más que físico, al fin y al cabo. No como entre Liam y yo. Liam tenía algo que me atraía irremediablemente, y no era precisamente su físico (nada envidiable, por otra parte). Liam era, simple y llanamente, el chico perfecto. Y me hacía sentirme completa cuando me rodeaba con su brazo. Me hacía sentir segura.

viernes, 23 de marzo de 2012

Cap. 13: Prisioneros

-Oh, no, Alissa, mírame. ¿Estás bien? Alissa, lo siento tanto... -Liam no paraba de disculparse una y otra vez, y yo clavaba los ojos en él, tratando de recordar cómo mover la boca para hablar-. No podía saber que ésto era una emboscada... Estás sangrando y no encuentro nada con qué curarte. Alissa, por favor, dime que estás bien.
Parpadeé, confusa. ¿Dónde había acabado? Mis últimos recuerdos giraban en torno a cierto vampiro sediento que se había abalanzado sobre mí para dejarme seca. Ahora, por lo que parecía, estaba en un lugar tranquilo, en brazos de Liam y con un dolor lacerante en el cuello y en la cabeza.
-Capullo. Me dejaste plantada -dije, dificultosamente, con una sonrisa a medias.
Él sonrió, con preocupación.
-Lo siento muchísimo. No me imagino lo que has debido de pasar ahí fuera... Yo... Bueno, pronto te lo explicaré todo. Tenemos mucho de qué hablar. Pero... primero déjame vendarte ésa herida.
Liam se arrancó la manga de la camiseta blanca que llevaba puesta y me la enrolló con cuidado alrededor del cuello. Cuando me tocó el lado derecho, donde me había mordido el vampiro, un latigazo de dolor me atravesó, y reprimí un grito.
-Lo siento.
-¿Voy a convertirme en una... de ellos, Liam? -le pregunté, asustada.
Él calló.
-Por favor, necesito saber la verdad. Es mi vida.
-No lo creo. No quiso matarte, así que espero que te haya dejado con la sangre suficiente como para que tu cuerpo se cure solo. Si no...
Asentí. Ya sabía lo que pasaría si no.
-No quiero ser un vampiro. Son asquerosos. Olía a muerto y a podrido.
-Lo sé, lo sé.
No me había dado cuenta, pero se me habían saltado las lágrimas. Liam me ayudó a incorporarme y me acogió en sus brazos. Sollozando, me aferré a él como si fuera mi salvavidas. Olía a madera húmeda, y a lluvia. Era un aroma delicioso.
Unos minutos después, conseguí soltarme lo suficiente como para mirarle a los ojos.
-Hablé con el demonio. No me quiso decir la entrada al infierno... pero ahora sé por qué te busca el diablo con tantas ganas. ¿Quieres saberlo?
-Por supuesto.
-Vale -echó hacia atrás la cabeza, dejando al descubierto su escultórico cuello a poca distancia de mi rostro. Sacudí la cabeza. Tenía que concentrarme-. Escucha, Alissa. Ya sé que ésto te sonará raro, pero no eres quien crees ser. Tu lugar no está allá atrás, en la ciudad que dejamos atrás hace mucho tiempo.
-¿Qué quieres decir?
-Pues... eres adoptada, Alissa. Tus verdaderos padres no son los que te criaron.
Tomé medio minuto para asimilarlo.
-Pero, entonces... ¿quiénes son mis padres?
-Por lo que sé, son miembros del ejército oscuro. Probablemente humanos, como yo, que vendieron su alma al diablo mucho tiempo atrás. Y resulta que tú naciste con una... extraña capacidad para los poderes mentales. No me mires así, al parecer eres una niña prodigio o algo así entre los míos.
-¿Y para qué me buscan, exactamente?
-Bueno, no es muy común encontrar a alguien con unas habilidades como las tuyas. Diría que eres única, y desde luego, muy, muy poderosa, Alissa. Tanto como para ser la más fiel ayudante del diablo... o como para derrocarlo.
-¡¿Qué?! ¿Piensas que yo podría desafiar al señor del infierno y salir victoriosa?
-Eh, eh, no te adelantes a los acontecimientos. Necesitas mucho entrenamiento y apenas sabes el alcance de tus poderes mentales. Ahora mismo, el diablo es inalcanzable para ti y para cualquiera que lo intente.
Asentí, resignada. Era demasiado bueno para ser verdad.
-Liam... ¿él me quiere matar para eliminar un posible peligro?
-Sí. He oído que alguien hizo una profecía mucho tiempo atrás: La unión de dos seres consagrados al mal por obligación dará en su fruto a la derrota del más poderoso ser de la oscuridad. El diablo se lo tomó muy en serio, y ahora revuelve cielo y tierra para encontrarte. Te teme, Alissa.
-Casi tanto como le temo yo a él.
Liam asintió, comprensivo.
Nos quedamos un rato en silencio, observándonos.
-Luego, el demonio se puso muy pesado porque quería ser él quien te llevara ante el diablo, para recibir la recompensa. Peleé con él, le maté y volví al coche, pero... ¡ya no estabas! No resultaba difícil adivinar dónde te habías metido. ¡En el nido de un vampiro, Alissa! -lo dijo como si fuera obvio.
-Y yo qué sé de vampiros.
-Cuando llegué, ya estabas tirada en el suelo, inconsciente. Creí... creí que estabas muerta. Jamás me perdonaré el haberte dejado sola -parecía atormentado. Le tomé de la mano, para consolarle-. Él me vio.  Me pilló desprevenido y me encerró en ésta habitación, contigo.
-¿Seguimos en la fábrica? ¿Prisioneros del vampiro? -un deje de terror atenazaba mi voz.
Liam bajó la cabeza.
Respiré hondo y me atreví a hablar, por fin.
-Antes, en el coche... cuando estabas enseñándome a escuchar tus pensamientos... creo que oí algo.
-¿Ah, sí? -evidentemente, no era una sorpresa para él. Seguro que se había dado cuenta nada más escucharlo yo-. ¿Y qué te pareció?
-No sé... ¿no es muy pronto? Quiero decir, apenas me conoces, Liam. ¿Cuándo me... sacaste del callejón donde el zombie? ¿Ayer?
-Es mediodía. Fue anteayer -me miró a los ojos-. Sé que te parecerá extraño, pero te conozco desde mucho antes. Mucho antes de que tú supieras siquiera de la existencia de monstruos y entraras de cabeza en mi mundo. Verás, llevamos mucho tiempo buscándote.
-¿Cuánto, aproximadamente?
-Se diría que toda tu vida. Pero fue difícil encontrarte. Creo que yo fui el primero en hacerlo. La primera vez que me crucé contigo, tenías once años.
-¿Qué? ¿Llevas casi cuatro años siguiéndome la pista? Pero, ¿por qué no me secuestraste antes?
-Estaba intrigado. No quería llevar a una niña ante el diablo sin una buena razón. Pero, en fin... el tiempo pasó, el diablo me amenazó y digamos que ya no eres una niña, así que me tuve que decidir anteayer. Si lo piensas, llevamos cruzándonos muchos meses.
Me puse a rememorar los últimos cuatro años de mi vida. Sí, había momentos en los que había sentido una presencia cercana... parecida a la que sentía ahora mismo, al lado de Liam. ¿Era posible que me hubiera estado acechando cuatro años?
-Sé que es confuso para ti. No me conoces, y voy a respetar eso. Pero lo que siento es lo que siento, Alissa. Yo sí te conozco. Te he visto crecer -pareció dudar un instante-. Era inevitable que me enamorara de ti.
Bajé la vista. Nuestras manos seguían entrelazadas, y yo no pensaba soltarlas. Había algo en Liam que me atraía sin remedio, pero ¿era aquello suficiente? Con Liam me sentía a salvo, como en casa. Pero no podía olvidar que él me había secuestrado y que planeaba llevarme al mismísimo infierno. Era peligroso sentirme en casa con él.
-Liam, yo... no sé qué decir. Hay tantas cosas que no me quedan claras... por ejemplo, ¿cuántos años tienes? ¿Y cuántos tenías cuando empezaste a perseguirme?
-Tengo diecisiete. En ambos casos. Cuando hice mi juramento, el diablo me concedió cien años de eternidad como recompensa. Esos cien años caducan el año que viene.
-¿Tienes cien años? -me había quedado boquiabierta.
-Así es. Siento no habértelo dicho antes.
Me estaba costando imaginarme a Liam así de viejo. Debía de haber vivido las guerras, los descubrimientos, las crisis... todo aquello que yo misma estudiaba en historia.
Era increíble.
-Y bueno... -me revolví inquieta-. ¿Qué va a pasar con lo del infierno?
-No te llevaré allí.
Hubo un silencio pesado.
-Pero no puedes olvidarlo y punto. ¡Te meterás en problemas! El diablo te encargó que me secuestraras, no puedes ignorarle.
-Ya te digo yo que sí.
-De todas formas, vendrán otros a por mí. Nunca estaré segura.
-Sí, porque yo estaré cerca, protegiéndote. No te dejaré sola, Alissa -se encogió de hombros-. Supongo que el diablo debería pensárselo dos veces antes de utilizar humanos con sentimientos.
-No, Liam. No te pongas en peligro, por favor. No por mí.
Me acerqué a él y, con suavidad le acaricié una mejilla. Liam se estremeció a mi tacto, como si llevara mucho tiempo deseando esa caricia. Lentamente, me rodeó la cintura con un brazo, apretándome contra su torso. Nuestros rostros estaban a centímetros el uno del otro. Tenía que contenerme para no besarle.
-No puedo vivir sin ti. Si te dejara ir, no me quedaría nada que hacer salvo buscarte de nuevo.
Le sonreí, abrumada. Era difícil aceptar que aquel chico estaba enamorado de mí. ¿De mí? Anteayer le miraba con temor, y hoy con amor. ¿Cómo era posible sentir algo tan rápidamente hacia alguien? Porque, si algo sabía bien, era que el sentimiento era mutuo.
Deslicé mi mano por detrás de su cuello, hechizada por su mirada. Le quería, le quería muchísimo.
Tras comprobar que no le oponía resistencia, Liam bajó su cabeza hasta que sus labios tocaron los míos. Al principio nos besamos con tiento, para más tarde fundirnos en un fuerte abrazo, alternando los besos con caricias con palabras de amor. Liam me sujetaba como si nunca fuera a soltarme, lo que me gustaba. Aquella tarde la pasamos pegados el uno al otro, hablando, riendo, besándonos. Era todo lo que podía pedir.
Amaba a un chico que me había secuestrado hacía dos días.